Año del Jubileo: Carta del papa Francisco ante la cercanía del Año de la Misericordia

Año del Jubileo:
Carta del papa Francisco ante la cercanía del
Año de la Misericordia
Al venerado hermano Monseñor Rino Fisichella
Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización
La cercanía del Jubileo extraordinario de la
Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que
considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo
sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos
los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de
la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para
que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más
eficaz.
Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a
todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la
gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como
genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de
todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el
pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados
a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada
catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro
basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica
conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los
santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que
tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento
esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de
la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia. Será necesario
acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y
por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de
todo el mundo.
Pienso, además, en quienes por diversos
motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar
los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no
poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el
sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su
pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y
a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba,
recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración
comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para
ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se dirige
también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo
siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a
muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado
conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo
en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue
realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más
necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la
indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su
pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de
la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los
corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
He pedido que la Iglesia redescubra en este
tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y
espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en
el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un
fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la
indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para
obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre
que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena,
fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y
caridad.
La indulgencia jubilar, por último, se puede
ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe
y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración
eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos,
rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo
residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo
es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy
generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal
y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con
una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que
comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese
momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso,
de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco
bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un
drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su
corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es
profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad
puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a
todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca
al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre.
También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año
jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del
pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden
por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo
conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender
el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar
a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su
presencia.
Una última consideración se dirige a los
fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los
sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia
no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han
hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la
dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el
futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión
con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido
por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición
mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen
a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la
Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.
Confiando en la intercesión de la Madre de la
Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo
extraordinario.
Vaticano, 1 de septiembre de 2015.
FRANCISCUS