“La iglesia al proclamar el evangelio, raíz profunda de los derechos humanos, no se arroga una tarea ajena a su misión, sino, por el contrario obedece al mandato de Jesucristo al hacer de la ayuda al necesitado, una exigencia esencial de su misión evangelizadora. Los estados no conceden estos derechos; a ellos les corresponde protegerlos y desarrollarlos, pues pertenecen al hombre por su naturaleza” (DSD N° 165)